Historias de Aeropuerto: Lunes.

Lunes.

Comienza una nueva semana. Las rueditas de las maletas raspan el suelo, los tacones de las aeromozas repiquetean como una cuenta regresiva que inició en el momento en que los sacaron del armario, el aroma del café barato inunda la zona de comida…

Lunes.

No sé los demás, pero a mí me gusta este día. Los lunes son como la portada de un libro; te dan una pista de lo que ocurrirá el resto de la semana, pero no puedes estar seguro de que no habrá sorpresas a mitad del camino. A muchas personas les desagrada ver sus planes frustrados. Les molesta tener que tachar algo en su agenda y luego escribir otra cosa. Saber que, aunque sea por un instante, han perdido el control de las cosas.

A mí, por el contrario, me gusta el azar y me gustan los imprevistos. Si todo fuera rutina aquí, me pudriría lentamente de aburrimiento. Mi principal diversión consiste en observar a las personas que atraviesan estos pasillos. Y vaya, que son más transparentes que los cristales a los que se pegan los chiquillos y les embarran los mocos, para poder observar el despegue o aterrizaje de los aviones.

Tenemos la especie ejecutiva, por ejemplo. Siempre caminando a paso firme, con el maletín en una mano y la maleta de ruedas en la otra. Sacos finos, bien alisados, el cabello impecable. Se sientan a esperar el avión mientras revisan minuciosamente sus agendas electrónicas, trabajan arduamente en las portátiles que llevan en el maletín o revisan con interés pretendido el periódico, casi siempre la sección de finanzas.

Esnobs.

Luego tenemos a la raza de féminas jóvenes adineradas. Son como farolitos de luz rosa brillante, que consiguen encandilarte a la distancia. Pareciera que alguien las sujetó por el tobillo al nacer, muy al estilo de Tetis, y luego las sumergió en una Estigia de brillantina rosada, hasta que ni el tobillo mismo quedó libre de destellos. Ellas contonean las caderas al caminar mientras arrastran sus maletas de marca, toman fotografías de lo que sea – ellas mismas, sus maletas, su desayuno, su café, la sala de espera, la portada de un libro que no comprarán jamás, los aviones, la pantalla que anuncia su vuelo, sus zapatos… lo que sea- y exhiben muchos sellos en sus pasaportes, casi siempre gracias al dinero de la familia.

Princesas.

Cada uno de ellos está aquí de forma transitoria, así que no prestan mucha atención a lo que sucede a su alrededor. Lo importante es su destino, el maravilloso sitio al cual se dirigen. Con los trabajadores es diferente. Estas instalaciones son el final de su viaje; el mostrador de las aerolíneas, de los restaurantes o de las tiendas de souvenirs, los baños, las puertas de abordaje… No hay playas caribeñas, nieve europea, cerveza extranjera para ellos. Solamente viajeros alterados, niños gritones, pasaportes que sellar – y envidiar- agua embotellada que vender y mal café que servir en vasitos de unicel.

Ahí está Laura, por ejemplo, atrapada en una red para el cabello y guantes de plástico, preparando el emparedado de un farolito rosa. La chica brillantina masca chicle y habla por celular mientras espera su pedido.

– No, todavía estoy en el aeropuerto. Sí, creo que llegaré a tiempo. Claro, bebé, iremos de compras en cuanto esté allí. ¡Estoy muy emocionada de verte de nuevo en Londres! Espera… gracias, cariño- toma el emparedado con la mano libre sin despegar el teléfono de su oreja. Luego se aleja, meneando las caderas en dirección a la puerta de abordaje número 13, sin dejar propina.

Laura observa fijamente las rueditas de la Vuitton, girando con felicidad hacia Londres. El ruido que hacen con sus movimientos le suena a burla:

“Míranos, Laura, vamos a Inglaterra y tú no, míranos Laura, llegaremos a Europa por la mañana ¿Qué harás mañana, Laura? ¡Estarás aquí, untando mayonesa a los emparedados de las chicas que sí logran salir del país! Míranos, Laura, míranos”

Pero Laura no puede mirar las rueditas presumidas por más tiempo, porque debe atender al caballero ejecutivo que tamborilea los dedos y carraspea del otro lado del mostrador.

Pedirá café, cargado, y ella lo servirá en un vasito de unicel.

Ah, allí está también Roger. Su verdadero nombre es mucho más latino, pero le gusta presentarse usando solamente la abreviatura, para sentirse más americano. Hoy en día todo el mundo tiene ganas de ser más americano.

Roger está recargado en la entrada de la tienda de souvenirs en la que trabaja. Sus brazos, cruzados con firmeza sobre el pecho, su boca ligeramente torcida, el cabello relamido hacia atrás. Él cree que así se ve más guapo, imitando infructuosamente a los galanes de las telenovelas que ve en secreto junto con su madre.

Yo siempre me pregunté a quién demonios le podría funcionar esa táctica, especialmente tan mal aplicada. Luego apareció Victoria y respondió mis dudas con presteza.

Victoria, la rubia aeromoza de piernas largas y remarcable figura. O eso dicen los hombres de ella. También podríamos hablar de Victoria, la aeromoza resbalosa, cuyas piernas son como puertas sin cerrojo y recién aceitadas. O eso dicen las mujeres de ella…

Allí viene, justo a tiempo para la rutina que ya tiene tan bien ensayada con Roger, antes de cada vuelo. Pasará muy cerca de él, pero no le hablará. Ni siquiera disminuirá su andar. Simplemente ladeará un poco la cabeza, lo mirará fugazmente, le guiñará coquetamente el ojo y seguirá caminando en dirección al tercer piso.

Roger esbozará una sonrisa. Le dirá a su compañero que ha olvidado algo en el auto – o cualquier excusa igual de mala para dejarlo solo en la tienda-, caminará a zancadas hasta el almacén del tercer piso y allí estará Victoria, esperándolo sin nada que ofrecer a la imaginación.

Ojalá que el militar que tiene por marido jamás se entere de Roger. He oído que se le da muy bien eso de disparar a distancia.

Oh, sí, hoy es lunes y el aeropuerto parece un panal enojado. Zumba aquí y zumba allá. Los viajeros se mueren por llegar a su destino, los empleados se mueren por llegar al viernes. Yo disfruto cada segundo que pasa.

Ya veremos qué ocurre en la semana.

Pintura de: Jessica Cook (http://www.jessicacook.com/figure.html)

14 comentarios en “Historias de Aeropuerto: Lunes.

    1. Yo, de México. Jalisco, si quieres ser más específicos 🙂 Me alegra que te hayas divertido con el relato de mi amigo el aeropuerto. Fue difícil convencerlo de que me platicara sus anécdotas porque cuando quiere es muy antipático, pero lo logré después de un rato. ¡Saludos!

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