Crecen tan rápido…

– Éste es un desastre de magnitudes colosales- declaró con furia la dríade, estampando el puño sobre la mesa. Algunas hojillas se desprendieron de sus dedos y flotaron perezosamente hasta aterrizar en el plato de comida de su vecino.

– Nosotras jamás nos ponemos de acuerdo con las dríades. Pero en esta ocasión, no podemos hacer otra cosa más que coincidir- dijo una de las tres sirenas que habían sido convocadas a la reunión del concilio. Y como ella estaba muy lejos de la mesa, chocó su cola contra la superficie del agua para manifestar todo su enojo. Gotitas escaparon de la pecera que había sido instalada para su comodidad y fueron a mojar a los invitados que estaban más cerca.

La mayoría de las cabezas se movieron afirmativamente. Había tanto miedo y frustración en el aire, tan nocivos como cualquier polución, que seguramente todos los presentes ya estaban desarrollando algún tipo de cáncer.

– Nadie puede negar que tenemos un gran problema aquí. Eso no es lo que se discute- intervino la Reina de las Nieves. No se había quitado su abrigo de piel de oso polar, ni aunque en Ciudad Central las temperaturas fueran altísimas. Tampoco había dejado de lado su corona de hielo, aunque tuviera que hacer un esfuerzo mental para evitar que se derritiera-. Lo que necesitamos es encontrar una solución, antes de que sea demasiado tarde.

Todos voltearon a ver a los centauros, pues su sabiduría era legendaria. También eran legendariamente cretinos y narcisistas, pero estaban dispuestos a tolerar su egolatría con tal de salvarse de la inminente extinción que amenazaba a cada raza.

El líder de los centauros declaró que tenían un plan.


– Melisa, ¿hiciste lo que te pedí?- su madre la miraba con el ceño fruncido. Había utilizado ese tono de voz que demandaba una pronta respuesta.

Melisa, advirtiendo el peligro, dejó las muñecas de lado y se concentró en ella.

– Ah… – balbuceó-. Saqué a Tabata al patio.

– Eso no, Melisa- la madre puso los ojos en blanco y le mostró a la niña la caja de cartón que llevaba en las manos. Tenía un letrero escrito a mano con plumón negro “Para la venta de Garaje”-. Olvídalo, de todas formas ya estoy aquí. Veamos… ya jamás utilizas tus zapatillas de princesa.

Melisa retornó su atención a las muñecas.

– Está bien- respondió en tono aburrido.

– ¿Y qué hay de la alcancía de cerdito que te dio tu abuela hace dos años?

– Está bien- repitió Melisa y la madre metió la alcancía a la caja de cartón.

– Estos libros no los tocas desde que yo te los leía antes de dormir- continuó-. La Sirenita, de Christian Andersen, Blancanieves, de los Hermanos Grimm. Supongo que las ilustraciones son demasiado infantiles para ti.

La niña ya no se molestó en pronunciar palabra. Solamente asintió con la cabeza y continuó peinando con la devoción de una verdadera estilista a la Barbie modelo que tenía entre las manos.


– ¡Oh, no! ¡No puede ser, no otra vez!

El cristal se resquebrajó tan rápido, que nadie pudo hacer nada para evitarlo. De todas formas, aunque lo hubieran intentado, no habrían podido detener las profundas grietas que se extendieron por toda la pecera, salidas de la nada, como si un puño invisible hubiese decidido que las sirenas ya no le servían de nada a nadie.

Los tres seres se desparramaron en el suelo y se asfixiaron en cuestión de segundos. Al final se convirtieron en inertes muñecas, tan frágiles y tan bellas, que parecían una escultura edificada en un lugar muy extraño, justo en el medio del piso y de un charco de agua.

Al mismo tiempo pereció la Princesa de los Bosques, ésa a la que conocían como Nieves, atragantada no con un pedazo de manzana, sino con un pedazo de nada. Una nada ensartada en su garganta, una nada que apareció de la nada, que se comió el aire antes de alcanzar sus pulmones y absorbió como esponja su vida en un instante.

El pánico se extendió por el salón.

– ¡No hay modo de detenerlo! Se acabó. Es nuestro final- declararon al unísono Hansel y Gretel.

– Melisa, corre, apunta el número de Peter. Quiere salir contigo.

Melisa dejó escapar un gritito emocionado. Sin soltar el teléfono para seguir escuchando la voz de su amiga Susan, buscó con la otra mano algo para escribir el número del celular de Peter, el chico más guapo de toda la escuela – o eso decían ellas-. Había dejado su mochila escolar en el piso de abajo, así que tomó lo primero que encontró en el escritorio, arrancó una página y garabateó en ella el número que le dictó Susan.

El resto de la charla se dedicó a dibujar corazones por todo el papel.

La noticia de la muerte de la Reina de las Nieves no tardó en difundirse por toda Ciudad Central. Con ella murió el Reino de Hielo y todas las criaturas a las que su magia había infundido vida. Su palacio entero se derritió, todo lo que había edificado se convirtió en agua helada que incrementó el nivel de los océanos. Cuando las corrientes heladas chocaron con las corrientes cálidas de los Mares de Fuego, se desataron diversos fenómenos, cobrando miles de vidas aquí y allá.

El mundo entero era un desastre.

Poco tiempo después se supo de un incendio que acabó con el ochenta por ciento del Bosque Encantado. El País de las Maravillas sufrió una gran crisis cuando se llenó de cosas ordinarias; el señor conejo dejó de gritar que era tarde y comenzó a abrir la boca solamente para comer zanahorias y plantitas. El gato de Cheshire olvidó cómo sonreír. Ahora nada más se le veía maullando por ahí, jugando con bolas de estambre y hasta permitiendo que le rascaran la panza. La oruga murió de cáncer pulmonar y el Sombrerero Loco fue internado en un asilo.

Pero las cosas empeoraron todavía más.

Elisa enfermó gravemente, no reunió las fuerzas suficientes para tejerles camisas a sus hermanos y ellos jamás dejaron de ser cisnes salvajes. El cazador desapareció en el bosque, así que nadie sacó a caperucita y a su abuela de la panza del lobo y murieron derretidas por los jugos gástricos. Las alas de campanita se convirtieron en arena y ella pasó el resto de su vida buscando los granos para poder rehacerlas. Las zapatillas de Cenicienta se rompieron en el baile, el príncipe nunca pudo encontrarla y pasó el resto de su vida sirviéndole a la madrastra.

Melisa fue a la universidad más pronto de lo que su madre habría imaginado.

Crecen tan rápido. Pensó mientras la observaba abordar el auto de Susan, quien la recogía en su casa todas las mañanas.

La chica sacó un par de lentes oscuros Gucci de su mochila, regalo de sus padres por graduarse de la escuela media, y se aseguró de tener todo en orden para el primer día de clases. Sí, tenía todo lo que necesitaba en la mochila; los libros escolares, una bolsita de maquillaje; goma de mascar y la última edición de la revista Cosmo.

Imagen: Literacy Foundation (http://files2.coloribus.com/files/adsarchive/part_1266/12661205/file/literacy-foundation-peter-pan-small-31309.jpg)

Este cuento está inspirado en la campaña literaria de Literacy Foundation: Cuando un niño no lee, la imaginación desaparece.

8 comentarios en “Crecen tan rápido…

  1. ¡Precioso, precioso! Rosa, me ha encantado.
    Debemos salvar entre todos ese mundo mágico para que no desaparezca jamás y se venga abajo como ocurre en el cuento. Debemos hacerle un hueco a la Isla Imaginada entre el móvil y el Ipad y animar a cualquier pequeño que está cerca de nosotros a viajar hasta allí y a viajar nosotros de vez en cuando, aunque sea con las gafas de Gucci sobre la nariz 😉

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    1. Sí, aunque sea así. Yo solía dar clases de inglés a niños pequeños, de alrededor de seis años de edad, y algunas veces me impresionaba mucho darme cuenta de la poca inocencia, imaginación y creatividad que tenían algunos de ellos. También como «adultos» que en teoría somos nosotros – en teoría- creo que es importante no olvidarse nunca de dejarle un espacio a las historias. Qué cursi soy, pero en fin… ¡Un abrazo!

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  2. Muy interesante. Crecemos y olvidamos como soñar, que hay un mundo que creamos cuando eramos niños que lentamente desaparece cuando lo sustituimos por la realidad. Lo más triste es que creemos que eso es lo natural, que seguir soñando, es cosa de niños.
    Me ha gustado. Al principio estaba un poco confusa sobre esas dos realidad, pero después me pareció muy buena idea.

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    1. Es un poco peligroso meter escenarios tan diferentes de manera alternada, pero es un recurso útil y me parece que vuelve las historias más dinámicas. Coincido contigo, soñar se convierte en «cosa de niños». Pero lo peor es cuando uno se da cuenta que ni los niños mismos sueñan a veces. Gracias por leer y comentar, me alegra que te haya gustado. Un abrazo.

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